Hace unos años comencé un blog sobre series con cierto éxito… «La granja de Schrute» tenía una filosofía que siempre me arrepentí de dejar de lado. Por eso, con la nueva página y el nuevo blog, ahora quiero repescarlo como sección. No creo que tenga tiempo de hacer todo lo que me propuse en aquel momento, pero si aún os interesa lo que pensaba podréis encontrarlo aquí. La primera parada va a ser una serie muy arqueológica: «Altered Carbon» de Netflix.

Un guerrero de terracota en el jardín…

Durante un par de semanas, cada vez que iva o volvía de la parada del autobús o del supermercado pasaba por delante de un anuncio de «Altered Carbon». Para que luego digan que la publicidad no es efectiva. A pesar de tener otras series en cartera, decidí ver esta primero. He de reconocer que no conocía el libro de Richard Morgan en el que se basa (si leyese más, la ciencia ficción no es un género que haya leído mucho), ni tampoco tenía muchas referencias de los productores. Puedo parecer friki, pero últimamente miro estas cosas. Al fin y al cabo hay cosas que te decepcionan (como Abrahams) y otras que te encantan (como Mose jajaja).

En cualquier caso, me lancé a ver la serie sin leer nada, para no tener prejuicios. Lo único que tenía en la cabeza era ese cartel del panel de St. Ann’s Road con un cuerpo metido en una bolsa de plástico. No podía ser malo… O sí.

***A partir de aquí, SPOILER ALERT***

Soy malo, lo dejo en entredicho antes de entrar en materia. Pero es que durante el primer capítulo tuve un par de momentos de: «mmmm no». Si os soy sincero, sólo seguí viéndola porque me entró curiosidad al ver que la arqueología parecía jugar un papel importante. Poco a poco fui enganchándome. ¿Por qué tuve esa sensación?

Cada vez necesito más historias realistas, aunque estén ambientadas en el futuro. Es difícil de creer que en los 250 años que han pasado desde la historia de partida, el tiempo «presente» no haya cambiado prácticamente nada. Es decir, el problema que se pone de manifiesto como fondo social de la historia y que en cierto modo parece provocar el conflicto subyacente, está patente aún y debería haberlo estado desde al menos una centuria antes. Es decir, si toda la historia gira en torno a la posibilidad de transferir la consciencia entre diferentes cuerpos (aparentemente gracias a una tecnología alienígena que nos encontramos en algún momento), hay dos aspectos a tener en cuenta:

1º La transferencia tecnológica en ese intervalo. Falconer (SPOILER: es la que inventa el dichoso elemento) dice en un momento dado que quería ver el universo y esa era la única manera de hacerlo en vida. No se especifica claramente —que recuerde— en qué momento antes de los hechos de partida lo hace. En todo caso, vamos a pensar que es a lo sumo unos cincuenta o cien años (porque hace falta implantarla y ver los efectos que tiene… y ella no aprende tantas cosas así de la nada). En pocas décadas le da para ver universo, asustarse de lo que está pasando en casa (los Meths, gente con pasta que se va a aprovechar de ello para hacerse inmortal), montar una revolución en otro planeta (curiosamente el del protagonista) y demás. El caso es que todo pinta bonito, pero si la materia no puede viajar tan rápido como la consciencia (tampoco dicen bien cómo lo hace), ¿cómo narices es posible aplicar la tecnología de forma instantánea? Ni con su uso militar se puede acelerar tanto el proceso, especialmente si el planeta en cuestión está a ochenta años luz de la Tierra y demás…

2º El tiempo. Eso me hace pensar en lo poco que reflexionan sobre el concepto de tiempo. ¿Es posible que en las decenas/cientos de años que llevamos explorando la galaxia no hayamos conseguido mejorar el sistema de transporte? Pero, sobre todo, ¿cómo es posible que doscientos cincuenta años después de los eventos de partida nada haya cambiado? Si hay algo que nos ha enseñado la historia es que con sus altos y sus bajos, seguimos acelerando en el desarrollo tecnológico. De este modo, la sociedad del «año cero» (para los acontecimientos de la serie) no puede ser idéntica (al menos en lo tecnológico) a la del «año 250». Por no cambiar, no ha cambiado ni la moda.

Y esto me lleva al tema principal que me gustaría tratar, el más patrimonial.

Edgar Alan Poe, en su versión digital de manager del hotel The Raven, le enseña a Takeshi, los placeres arqueológicos que puede ofrecerle.

A lo largo de toda la serie (y entiendo que en la novela también), el patrimonio vivo del siglo XX-XXI sigue siendo parte fundamental de la memoria colectiva. La serie empieza con un sonido de fondo que todos podemos reconocer (déjatelo puesto para relajarte mientras sigues leyendo). Poco a poco, los guerreros de terracota, las piramides mayas, el hotel, o la iglesia en la que se sitúa la comisaría, nos van dando pistas de que no nos hemos olvidado de nuestras raíces. O al menos de las raíces que creemos vivas hoy. Es especialmente interesante en un contexto interplanetario donde al parecer muchos no han pisado nunca la tierra. Por el momento, esto refuerza esa idea de que el patrimonio local conforma nuestra identidad en el exilio, incluso cuando llevamos varias generaciones exiliados. Funciona como una herramienta de creación de comunidad que en la serie se puede ver con la celebración del día de muertos en la familia de Kristin, o el tatuaje del protagonista. Son pocas las referencias a nuevos patrimonios más allá de lo que se refiere a la guerra entre los Envoy y el protectorado (que tiene su propio museo, por cierto). Como comentaba más arriba, parece que el tiempo se paró en algún momento y desde entonces nada ha cambiado. Los ordenadores, otros gadgets, las armas… todo sigue igual que antes. ¿Habéis probado a darle a un niño un walkman, o un teléfono de rueda? Y solo han pasado como quince años desde que dejaron de ser la norma.

Me podréis decir que soy un picajoso, pero a estas alturas de la vida espero algo más para creerme que una serie es buena. Estas cosas le hacen perder muchos puntos. Sin embargo, otro de los personajes me puede servir para darle un poco más de profundidad al asunto. Clarissa es una tratante de arte y antigüedades que encuentra a Takeshi (SPOILER: es uno de los cuerpos de su hermana), y pone de manifiesto esa figura del mercader sin escrúpulos que más adelante se delata en un espacio de perversión donde violar, torturar y matar se vende sin ningún problema (lo que es otra parte de la historia). Todo el conjunto moral y social de la serie se vuelve entonces interesante, porque puede llegar a ser absurdo. Hay momentos en los que es difícil entender las reacciones de algunos de los personajes, incluso la resolución de la trama. Sinceramente, yo jamás habría reaccionado así a muchas de las cosas que pasan. Me resulta irreal y forzado. Pero supongo que eso sí es algo que ha cambiado con el tiempo.

En cualquier caso, y por ir concluyendo, le voy a dar un 7 porque en el fondo me ha entretenido y ha sido capaz de mantener la trama interesante (la historia policiaca) y bastante acción. Pero hay demasiadas cosas que me hacen pensar que si no fuese por la inversión millonaria en efectos especiales y demás, no habría llegado a ser más que otra serie mediocre de SyFy. Por cierto, muy bien eso de que los desnudos sean femeninos y masculinos, aunuqe aún me parece muy mal que haya visto a todas las protagonistas en pelotas pero a Joel Kinnaman no.