Últimamente me ha dado por volver a leer… hacía ya tiempo que no encontraba un momento, pero esto de volar a menudo me ayuda. Supongo que al final será algo intermitente, en mi intento por desconectar del mundo digital en lo posible. En el camino, y en una especie de oxímoron, esta sección del blog tratará de plasmar en la red mis reseñas de libros y eventos culturales en general.«El cementerio de automóviles» se refiere a la obra de Arrabal, y si tuviera que dotar al nombre de algún significado (más allá de que Arrabal sea mi favorito), sería esa esperanza dentro de un mundo crudo en el que la cultura cada vez se valora menos.

Voy a empezar por un libro: Frankenstein in Bagdad, de Ahmed Saadawi.

En el Pompidou de Málaga me compré Vida líquida de Bauman. Me habían retrasado el vuelo y era una buena forma de entretenerme en las horas que me quedaban por delante. Al fin y al cabo llevaba tiempo queriendo leerlo. Entonces me di cuenta de que leer en el tren y el avión (en el autobús aún no puedo) podía ser una buena forma de recuperar la afición. Unos días antes había leído en The Guardian una reseña del libro de Saadawi, que no decía mucho pero lo recomendaba, así que me lo compré.

Primeros capítulos en Heathrow, antes de volar a Atenas.

He de reconocer que las primeras páginas me costaron. Hace mucho que no leo por placer y siempre se me han dado mal los nombres, así que tardé un poco poner en orden a todos los personajes. Creo que la traducción no ayudó y supongo que esa es la principal pega del libro. Espero que si se edita en español sea un poco mejor. Y no ayudó porque era obvio que en ocasiones se estaba haciendo una traducción poco literaria de un original en árabe que seguramente gane mucha agilidad en la narración. Palabras rebuscadas, estructuras complicadas. Entiendo que a veces hace falta salirse un poco del guión, especialmente en narrativa. Por suerte, pasadas unas páginas, mientras iba leyendo me iba imaginando un texto diferente en mi cabeza. Y es que, por suerte, la historia era curiosa e interesante.

La novela cuenta la historia de un alma sin cuerpo tras un atentado en la capital iraquí. Por azar del destino, la locura de otro de los protagonistas le dió vida a un pastiche de restos de la barbarie terrorista y comenzó a vagar por la ciudad buscando venganza. Tras este nuevo Frankenstein, un periodista y una extravagante oficina de inteligencia. Un poco de humor negro, muchas historias que se entrelazan en la realidad de un Iraq en postguerra y algo de crítica, velada, como si tuviese que pasar la censura del nuevo régimen. No voy a destripar el relato, porque creo que merece la pena irlo descubriendo poco a poco, disfrutando. Así que me voy a centrar en las dos cosas que más me chocaron.

Por un lado, el Iraq cristiano. Elishva, el primer personaje que aparece en escena, es una anciana cristiana que vive sola hablando con San Jorge en espera de su hijo Daniel, desaparecido durante la guerra contra Irán veinte años antes. A su alrededor, muchos más cristianos, pero también otros personajes que ponen de manifiesto una realidad que me contaba mi amigo Dani hace diez años a pocos metros de donde me siento ahora. Su abuelo, sirio, era crisitiano y vivía con judíos y musulmanes en paz, o en la misma guerra que cualquier comunidad sin discrepancias de credo. ¿Qué ha pasado para que en Occidente todo parezca una guerra santa? ¿Hasta dónde llega la desinformación? No cabe duda de que facciones como el Daesh dan la cara en una agenda muy concreta y que la radicalización del mundo islámico es un hecho, pero cada vez pienso más que tiene que ver con nuestras ingerencias que con un conflicto social real. En todo caso, leer un Iraq así me ha dado mucho que pensar.

Por otro lado, el Iraq de (post)guerra. La naturalidad con la que se viven los atentandos es pasmosa. Yo he vivido ETA en España y lo cierto es que de algún modo te acostumbras a todo. Pero pienso en una ciudad ocupada, con varios atentados diarios, tiroteos, y los problemas de cualquier otra ciudad. No creo que fuese capaz de acostumbrarme, o de vivir sin miedo. Al menos, de vivir con la indiferencia que se plasma en muchos momentos. Los personajes tienen miedo, no es que no lo tengan, pero choca que el miedo sea mayor por otras cuestiones más «livianas» (en comparación con desintegrarte tras la deflagración de un potente camión-bomba) y te hace darte cuenta de que al final, en esta vida nos importa lo que nos importa.

Un poco de arqueología en Bagdad…

Casi al terminar, un párrafo me devuelve al trabajo… Las «ventajas del terrorismo» y la gestión del patrimonio arqueológico en contextos difíciles. No voy a comentar mucho, pero es un párrafo que utilizaré en el artículo que estoy escribiendo precisamente ahora con Nekhbet. Me hizo gracia que apareciese esta perla, casi al final de un libro donde había conseguido evadirme un poco de la realidad.

Así que os animo a que lo leáis. Buscad la edición en español, eso sí… creo que la va a publicar Turner en la colección El cuarto de las maravillas.