Justo antes de volver de Londres tuve la ocasión de acudir a una nueva obra de teatro: Julius Caesar. Esta vez, en el cine. Unas semanas antes había ido a ver la obra de Tenessee Williams Cat on the hot tin roof y la experiencia fue fabulosa. Comer unos nachos con queso mientras ves una obra de teatro en directo, pero sin la presión de estar molestando a nadie (el cine estaba medio vacío). Así que decidimos repetir, aunque esta vez el precio era mucho mayor.

La madre de mi casera me había recomendado ir a verla en persona porque, al parecer, te podías mezclar entre el tumulto y ser parte de la obra representando a la plebe romana. Atractivo que pareciese, seguía prefiriendo los nachos. Pero desde luego, el cartel era más que interesante y tenía especiales ganas de ver a Michelle Fairley (la de los Stark, sí) y a Ben Whishaw (el nuevo Q de James Bond).

Antes de nada, me gustaría comentar mejor el tema del cine y el teatro, un descubrimiento que me dejó perplejo. De vez en cuando, los cines ingleses (no sé si todos, pero bastantes), retransmiten en directo una buena producción teatral en las salas, a un precio popular y dando la posibilidad de ver obras que, de otro modo, sería bastante difícil ver. Estamos hablando de una retransmision en directo y eso hace que la experiencia sea un poco más especial. No estamos hablando de algo como Estudio 1 de La2, sino más bien como ese feliz dia que museos y ayuntamientos de toda España retransmitieron Madame Butterfly por la semana de la ópera. ¿Por qué no haremos estas cosas más veces?

Morrissey antes de empezar la obra, haciendo el tonto durante el concierto previo.

El argumento de la obra es por todos conocido… narra el complot para asesinar a Julio César. Al fin y al cabo, es uno de los textos más conocidos de Shakespeare, aunque con una pequeña adaptación (que ya puestos, podía haber sido más radical). Había muchos guiños a la campaña de Trump y la escenografía recordaba un poco por momentos a la de la adaptación cinematográfica de Coriolanus por Ralph Fiennes (que por cierto, os recomiendo), aunque mucho más oscura, eso sí. No he tenido la experiencia de la sala, pero viendo el trajín de escenarios subiendo y bajando en la pantalla, no sé si habría sido cómodo seguir la obra desde abajo… la plebe al final es plebe de verdad.

Por lo demás, creo que me puedo deshacer en elogios con la representación. Whishaw es impresionante y, si todo va bien, creo que se convertirá en uno de los actores británicos más reconocidos. Sinceramente no entiendo como no está teniendo papeles de más trascendencia si viene arrasando desde hace años. Pero no está solo, y con él actúan una docena de personajes que están a un gran nivel. Supongo que es la norma en el teatro.

Matando a César.

Pero poco más puedo decir… he tardado casi un mes en hacer esta reseña entre unos líos y otros, pero aunque no necesita demasiada reflexión, si me apetecía hacer una pequeña. Esta obra no es simplemente un entretenimiento con trasfondo histórico, sino una llamada de atención sobre el fin de la democracia, o las respuestas que el miedo nos plantean. El pasado jueves estuve en un seminario sobre democracia y participación (con Federico Mayor Zaragoza al lado, por cierto) y uno de los ponentes hablaba de cómo las dos repuestas a la debilidad de un Estado pasaban por el autoritarismo o una reforma mayor de la democracia. Si algo nos enseñó Julio César es que en la forja de un imperio la debilidad del Estado se hacía mucho más patente. Al fin y al cabo fue el ascenso y la caída de Roma. Hoy estamos viviendo procesos similares por todo el mundo que no plantean un futuro muy halagüeño. Muchos Césares salvando el mundo, o su nación, algunos Brutos, más o menos acertados pero por lo general poco comprometidos, y una plebe que parece vivir feliz con cualquier cosa que se avecine, incluso la desgracia. Tal vez deberíamos volver a leer a os clásicos y espabilar un poco.

¡Que viene el imperio!

*Salvo el pantallazo con el cartel del principio, las fotos son mías y tomadas en el cine… soy horrible, lo sé.