Ayer estuve en el National Theatre viendo la obra «Network» y recordé por qué me gusta el teatro… Así de sencillo. Fabulosa.

*Todas las imágenes están tomadas de la página oficial de Facebook y son obra de Jan Versweyveld.

‘The Newsroom’ durante la obra…

Cuando llegué en octubre a Londres hice una búsqueda de la cartelera para estos meses y esto es lo único que encontré, bien porque todo lo demás estaba vendido y no me llamaba tanto como para madrugar, o porque directamente no llamaba especialmente. Así que compré la entrada a seis meses vista sin saber bien dónde o cómo iba a estar. Al fin y al cabo, sólo Bryan Cranston ya merecía la pena el riesgo.

«Network» es una obra adaptada por Lee Hall, un dramaturgo británico que está detrás de trabajos como «Billy Elliot», «Orgullo y Prejuicio» o «War Horse» en el cine (por decir algo que suene a todo el mundo). No le falta su punto de controversia con una ópera para niños sobre un gay que cantaba «I’m queer!». Su original es una película homónima de los 70 escrita por Paddy Chayefsky, con la que ganó uno de sus tres Oscar. El argumento, sencillo: un presentador de la cadena de cable UBS va a ser despedido después de un pequeño drama en directo y los índices de audiecia le colocan en prime time con un programa propio con el que mueve a millones de norteamericanos contra cosas como la propia compra de su cadena por los árabes. Mucha política, un poco de ideología y, esta vez, poca arqueología (soy horrible, lo sé).

No he visto la película, pero en muchos momentos me hizo pensar que Aaron Sorkin (por entrelazar esto con «La granja de Schrute») sí la había visto cuando escribió «The Newsroom». Hay demasiadas similitudes ya sólo en la obra como para no darse cuenta. Supongo que todo está ya inventado. También me hizo recordar ese episodio de la primera temporada de «Black Mirror» (Fifteen Million Merits, el segundo) en el que la protesta sincera se termina mercantilizando en un contexto ultracapitalista donde el dinero mada —uno de los grandes monólogos del libreto.

En el bar del escenario…

Pero volviendo a la obra, me gustaría pararme en tres aspectos: escenografía, actores-público y contenido.

Escenografía: Creo que ha sido la mejor que he visto nunca. Tampoco he visto tantas… Pero acostumbrado al minimalismo que impera, el despliegue brutal de medios hace la obra súper dinámica y te tiene mirando de un lado a otro a ver qué está pasando o qué va pasar. El escenario está dividido en cuatro espacios: a la izquierda, la cabina de producción y los camerinos. En el centro la gran pantalla principal con la escena y, a la derecha… un bar-restaurante de verdad. Y digo de verdad porque algunos afortunados del público están comiendo —o cenando si es la sesión de tarde, yo fui a la de las 2— durante la obra. Tal cual. Es más, creo que en un momento se oía demasiado la freidora de la cocina, porque sonaba a eso y no pegaba mucho con lo que estaba pasando. Por lo demás es alucinante ver las imágenes de la pantalla, con los diferentes planos, las vueltas, los dobles diálogos, etc. que ya se vuelven una pasada cuando dos de los personajes vienen desde el río (sí, en la calle) hasta el escenario representando uno de los diálogos. Sin duda, bebe mucho de la televisión y para mí es un logro. Una de las cosas que pensaba durante la obra es lo que me habría gustado poder verla en los ensayos, con la sala vacía y una cámara de fotos para captar momentos y planos con los reflejos en el suelo, y la propia disposición de los actores. Realmente, me quedo corto con todo lo que diga… es espectacular.

Actores-Público: El reparto es interesante y está encabezado por un sensacional Bryan Cranston (el de «Breaking Bad», sí). Le acompañan un montón de actores entre los que destacaría a Douglas Henshall y Michelle Dockery, que hacen unos papales realmente sensacionales, y a Tunji Kasim, que me ha parecido todo un descubrimiento y lo borda. Hacia el final, el monólogo de Richard Cordery (que hace del jefazo), te hace pensar mucho sobre esa especie de inevitabilidad del sistema… Pero sobre todos destaca Cranston. Ya se ha llevado un premio y está nominado a más. Al principio pensaba que en teatro sería diferente a lo que nos tiene acostumbrados en pantalla, pero no. Una actuación soberbia en un papel difícil que solventa realmente bien. Y como está de moda eso de utilizar al público, esta obra no podía ser menos. No es solo ese grito desesperado que nos hacen clamar un par de veces («I’m mad as hell and I’m not going to take this anymore»), sino que el presentador del nuevo programa se mofa de los comensales del restaurante (especialmente gracioso cuando le dice a uno: «you sure feel confident, cause everyone thought they should suit up to come here and you didn’t», por ir casi que en chandal y con gorra al restaurante) y Cranston le suelta a uno de los del público mientras está sentado a su lado que le alegra saber que un británico haya ido hasta Nueva York para ver el programa (porque se supone que está ambientado allí). Pero una de las cosas que más gracia me hizo —o más vergüenza ajena me dió— fue la reacción del público al final cuando estaban poniendo la jura de todos los presidentes desde Ford y empezaron a aclamar a Obama (aunque se equivoca) y a abuchear a Trump como si fuese Theresa May (ejem, ejem). En fin, divertido.

El loco Howard dándolo todo…

Contenido: La historia no es sólo una historia de locura, o de hastío ante una vida líquida (por citar a Bauman), sino que tiene que ver con la manipulación mediática (la televisión es la verdad en una generación que solo conoce eso) y la maquina implacable del capitalismo liberal (que es la única ideología actual). Es curioso como el contexto de los 70, con la crisis del petróleo, el terrorismo, las guerras y demás, sigue estando de actualidad en 2018. Cómo la desinformación de las redes sociales y la postverdad son un paso más en el proceso que dicta la obra y que dan lugar a una realidad bastante más pesimista de lo que fue aquella época. Puede que en muchos países como España la realidad de los 70 se corresponda con nuestro cambio de siglo, pero ver cómo La Sexta no es más que un atisbo controlado y permitido de disidencia con el único objetivo de captar a la audiencia que Antena 3 no capta, te hace plantearte muchas cosas. Y es que la filosofía contemporéna lo tiene todo bien definido desde hace décadas… estamos jodidos. Así, llanamente… así que termino con el monólogo al que hacía mención antes (porque el análisis completo daría para un libro), os lo leéis y me decís:

You have meddled with the primal forces of
nature, Mr. Beale, and I won’t have it, is
that clear?! You think you have merely
stopped a business deal that is not the case!
The Arabs have taken billions of dollars out
of this country, and now they must put it
back. It is ebb and flow, tidal gravity, it
is ecological balance! You are an old man who
thinks in terms of nations and peoples. There
are no nations! There are no peoples! There
are no Russians. There are no Arabs! There
are no third worlds! There is no West! There
is only one holistic system of systems, one
vast and immane, interwoven, interacting,
multi-variate, multi-national dominion of
dollars! petro-dollars, electro-dollars,
multi-dollars!, Reichmarks, rubles, rin,
pounds and shekels! It is the international
system of currency that determines the
totality of life on this planet! That is the
natural order of things today! That is the
atomic, subatomic and galactic structure of
things today! And you have meddled with the
primal forces of nature, and you will atone!
Am I getting through to you, Mr. Beale?

(pausa)

You get up on your little twenty-one inch
screen, and howl about America and democracy.
There is no America. There is no democracy.
There is only IBM and ITT and AT and T and
Dupont, Dow, Union Carbide and Exxon. Those
are the nations of the world today. What do
you think the Russians talk about in their
councils of state Karl Marx? They pull out
their linear programming charts, statistical
decision theories and miniMax solutions and
compute the price-cost probabilities of their
transactions and investments just like we do.
We no longer live in a world of nations and
ideologies, Mr. Beale. The world is a college
of corporations, inexorably determined by the
immutable by-laws of business. The world is a
business, Mr. Beale! It has been since man
crawled out of the slime, and our children,
Mr. Beale, will live to see that perfect
world in which there is no war and famine,
oppression and brutality. One vast and
ecumenical holding company, for whom all men
will work to serve a common profit, in which
all men will hold a share of stock, all
necessities provided, all anxieties
tranquilized, all boredom amused. And I have
chosen you to preach this evangel, Mr. Beale.

[Why me? Pregunta Howard…]

Because you’re on television, dummy. Sixty
million people watch you every night of the
week, Monday through Friday.