Acabo de volver de Marruecos y no puedo evitar reflexionar sobre la experiencia, especialmente ahora que vivo en Grecia y que mis únicas referencias cercanas del país norteafricano eran las historias de mi padre sobre su visita a Tánger hace casi treinta años.

Si me seguís desde hace un tiempo, sabréis que estoy embarcado en un proyecto de investigación, #pubarchMED que me está llevando a viajar bastante y conocer cómo funciona la arqueología a lo largo y ancho del Mediterráneo. Por su culpa llevo unos meses viviendo en Grecia y esta última semana la he pasado en Marruecos… Es sorprendente lo que uno puede llegar a entender y descubrir viajando.

Una yegüa en la caja de una camioneta por una carretera marroquí. La foto de portada es una carretera de montaña en el norte de Grecia. Ambas mías.

Conduzco mucho, me gusta poder explorar a mi aire, porque muchos de los sitios que necesito visitar no son accesibles con facilidad, y menos en transporte público. Horarios raros, planificaciones muy ajustadas… si sirve de ejemplo, estos últimos siete días he conducido más de dos mil kilómetros y he andado más de cien. La media puede no parecer asombrosa, pero resulta bastante intenso, sobre todo si se combina con más trabajo en los ratos muertos.

Cuando llegué a Casablanca, el encargado de Hertz me recomendó el seguro especial. No suelo cogerlo, pero era mi primera vez en el país y la prima si no lo hacía era muy alta. Me gusta correr riesgos, pero no está la economía para tonterías y no sabía lo que me iba a encontrar en las carreteras. Mi experiencia en mundo árabe no era muy halagüeña al respecto. Sin embargo, no sólo en las autopistas sino en las ciudades [salvando a los taxistas] y en las carreteras secundarias, la mayoría de los conductores eran prudentes y educados. No sólo eso, las carreteras eran por lo general bastante buenas. Y esto, no lo digo con el asombro de esperar un país en ruinas y caminos de tierra, era consciente del desarrollo de las infraestructuras en Marruecos, sino con el asombro de encontrarme un sistema de carreteras y unos conductores mucho mejores que los griegos.

La cantidad de infraestructuras abandonadas a medio construir, las pocas alternativas de mobilidad que existen en todo el país, el caos de Atenas, y una conducción muy agresiva, han sido la tónica de mis viajes en coche por el país heleno. Unión Europea, Fondos de Cohesión, Fondos de Desarrollo, que han dado lugar a una mínima red de autopistas con un coste bastante elevado [me sale más barato volar a Tesalónica que conducir] y una extensa red de carreteras secundarias en condiciones mayoritariamente pésimas.

Yo aprendí a conducir en mi pueblo, en carreteras así, hace casi veinte años. Hoy ya quedan pocas, y en Grecia he de reconocer que disfruto, igual que he disfrutado en Marruecos en algunas carreteras también. Sin embargo, cuando me paro a pensarlo, a comparar, a tratar de entender, me resulta problemático. Culturalmente, España, Marruecos y Grecia no son países tan diferentes. Tenemos un pasado compartido bastante importante que hace que muchas de nuestras tradiciones y valores sean muy similares. Obviamente diferimos en muchas otras, pero ahora que trato de entender cómo funciona la gestión de bienes públicos [la arqueología], es un tema que me absorbe.

Supongo que con el tiempo entenderé mejor ciertas cosas, pero la percepción nos puede llegar a jugar malas pasadas y está claro que vivir los contrastes ayuda a evitarlo.